Nuestro cerebro categoriza información para predecir el comportamiento de los demás. Categorizamos a las personas para poder movernos con mayor seguridad en entornos sociales y, sin esta habilidad, serÃa muy difÃcil ser funcional en nuestra sociedad. Sin embargo, esta habilidad para categorizar rápidamente a las personas puede dar lugar a estereotipos negativos y etiquetas.
Hoy me gustarÃa hablar de las etiquetas que algunas veces, sin darse cuenta, los papas ponen a sus hijos. Con mucha frecuencia decimos frases como: “es un mentiroso”, “es muy estudiosa”, “es un desastre”, “es el listo de la familia”…sin considerar la influencia que pueden tener sobre los más pequeños.
Cuando nuestros hijos oyen esas etiquetas con mucha frecuencia, pueden acabar por creérselas. El riesgo es mayor cuanto más joven es nuestro hijo, pues los más pequeños construyen su propia imagen a través de los mensajes que reciben de sus padres.
Si continuamente le decimos a nuestro hijo que es “malo”, acabará por asumir ese papel y tendrá verdaderas consecuencias negativas porque el “efecto pigmalión” convierte en ciertas las expectativas que los demás tienen de nosotros.
Bajo esta suposición se podrÃa pensar que las “etiquetas positivas” deberÃan tener un efecto positivo en nuestros hijos. Sin embargo, esto tampoco es cierto. Por ejemplo, si etiquetamos a nuestra hija mayor como “inteligente” eso supondrá, por un lado, que sus hermanos pequeños inmediatamente quedan excluidos de esa categorÃa y, en segundo lugar que nuestra hija puede experimentar una gran presión en los estudios a fin de mantener la etiqueta positiva y no decepcionarnos.
De manera complementaria debemos tener cuidado con las comparaciones del tipo “A ver si aprendes de tu hermana” o “PodrÃas sacar tan buenas notas como Juan”. Aunque nuestra intención sea motivar a nuestro hijo para que cambie, las comparaciones pueden tener serios efectos negativos en su autoestima.
Evitar las etiquetas
Es, por tanto, aconsejable evitar las etiquetas cuando corregimos la conducta de nuestros hijos. La mejor manera de hacerlo es:
1) Explicarle de manera concreta lo que hace mal. Tenemos que decirle con claridad y sencillez la conducta que no nos gusta que realice, sin generalizar. Debemos dejar claro que lo que nos molesta es su conducta, no su persona.
2) Ofrecer una alternativa adecuada, explicándole que esperamos de él. Siempre debemos dar al niño la posibilidad de “arreglar” lo que ha hecho mal y mejorar. Debemos confiar en su capacidad para cambiar si queremos animarle a hacerlo y mejorar su autoestima.
Por ejemplo, en lugar de decirle a nuestro hijo: “Todos los dÃas igual, ¡eres un desastre!” podemos evitar la etiqueta “No puedes dejar todo por el medio. Tienes que recoger tus juguetes antes de ir al parque”.
Cuando usamos etiquetas definimos, categorizamos pero, sobretodo, limitamos. Ayudemos nuestros hijos a desarrollar todas sus cualidades, todas sus capacidades, animándoles a ser todo lo que pueden ser.
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