Enfermedad de Alzheimer y otras demencias

Las demencias se caracterizan por presentar síntomas cognitivos, psicológicos y conductuales que producen graves alteraciones funcionales. Aunque existen casos preseniles, lo normal es que aparezcan en personas mayores y su causa es orgánica.

Aunque los fallos de memoria son su manifestación más conocida, existen otros síntomas de tipo cognitivo que pueden estar presentes en las demencias en un grado u otro: desorientación temporo-espacial,  problemas atencionales, alteraciones del lenguaje, disfunción ejecutiva, etc. La gran variedad de síntomas que existen en las demencias son el resultado de las características propias de cada enfermedad, las diferentes zonas del cerebro afectadas y las diferencias individuales.

Las demencias se pueden clasificar en demencias corticales, cuyo máximo exponente es la enfermedad de Alzheimer y demencias subcorticales,  como la enfermedad de Parkinson o corea de Huntington. De forma muy general, podemos decir que mientras en las primeras encontraremos importantes alteraciones cognitivas, las segundas se caracterizan, principalmente, por alteraciones motoras y conductuales.

Hemos de tener en cuenta que la sintomatología varía en función del tipo de demencia, la fase de su evolución y, por supuesto, las diferencias individuales. Por esa razón es recomendable realizar una adecuada evaluación que nos permita proponer un plan personalizado de trabajo.

¿Cómo puede ayudar la neuropsicología en un caso de demencia?

  • Retrasar la progresión del deterioro cognitivo y preservar el mayor tiempo posible la autonomía funcional (alimentarse, vestirse, lavarse, ir al baño, desplazarse...): Nuestro cerebro conserva la plasticidad neuronal durante toda su vida, incluyendo la vejez. La estimulación cognitiva en demencias busca servirse de este mecanismo para preservar las capacidades cognitivas del paciente el mayor tiempo posible y evitar la desconexión con su entorno, mejorando además la autoestima y autonomía personal.
  • Adaptar el entorno y desarrollar estrategias que permitan a la persona vivir de la forma más autónoma posible: no nos referimos aquí únicamente a adaptar físicamente la vivienda, sino a pequeños cambios y estrategias que puedan facilitar la independencia del paciente. Ejemplos de estas adaptaciones pueden ser técnicas de comunicación, señalización,  recordatorios, simplificación o el establecimiento de rutinas.
  • Intervenir en aquellos trastornos del comportamiento asociados a la enfermedad que pueden estar afectando a la vida del paciente y sus familiares, como comportamientos agresivos.
  • Reducir el estrés ligado a la enfermedad y contribuir a mejorar las alteraciones emocionales que pueden aparecer en el propio paciente y sus familiares.
  • Y, en definitiva, contribuir a mejorar su calidad de vida.